Fragmento de "El tango de la guardia vieja" de Arturo Pérez Reverte


"Se acometieron sin más palabras ni contemplaciones, con violencia, despojándose de cuanto estorbaba a la piel y la carne por las que se abrían camino en el cuerpo del otro; y, retirando la colcha de la cama, sumaron el olor de la mujer al del hombre que impregnaba las sábanas arrugadas durante la noche. Siguió luego un duro combate de sentidos; un largo choque de urgencias y deseos aplazados que transcurrió tenaz, sin piedad por ambas partes, y exigió de Max toda su sangre fría peleando en tres frentes simultáneos: mantener la calma necesaria, controlar las reaciones de la mujer y sofocar sus gemidos, evitando que toda la pensión Caboto se informara del lance. El rectángulo del sol de la ventana se había movido despacio hasta encuadrar la cama, y deslumbrados por él se inmovilizaban a veces, exhaustas lengua, boca, manos y caderas, ebrios de saliva y aroma del otro, relucientes de sudor mezclado, indistinto, que parecía escarcha de cristal bajo aquella luz cegadora. Y en cada ocasión se miraban muy de cerca con ojos desafiantes o asombrados, incrédulos ante el placer feroz que los ataba, recobrando el aliento a la manera de luchadores en una pausa del combate, entrecortada la  respiración y martilleantes de sangre los tímpanos, antes de lanzarse de nuevo uno contra otro, con la avidez de quien resuelve al fin, casi con desesperación, un complejo asunto personal mucho tiempo aplazado."

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